La interiorista Cristina Carulla rehabilita una masía en el Baix Empordà y deja atrás el estilo tradicional para crear una casa de campo de diseño
Arte emocional, madera, cerámica y piedra
Eso no quita que se hayan usado en la rehabilitación cerámicas recuperadas para los frontales de cocina y baños, piedras sobrantes de la muralla urbana para las aperturas en la fachada y suelos de barro cocido. También se han empleado en la decoración muebles de madera maciza de fresno y roble, lámparas de mimbre, alfombras de yute, manteles de lino y asientos de piel. Tampoco podía faltar el arte: un dibujo de Robbie Whitehead en el comedor, un cuadro textil de Marria Pratts en el cuarto de estar, dos bodegones de Nacho Alegre (el padre de los hijos de Cristina), un collage de Jorge Castillo o una litografía de Joan Ponç. “El arte en cualquier casa es lo que más me habla de las personas que la habitan. En esta quise llevar piezas que tuvieran para mí un vínculo emocional y que me recordaran momentos vividos”, asegura.
El escondite perfecto
Cristina Carulla no puede disimular que está enamorada de su nuevo hogar, y eso se nota por la pasión con la que habla de él: de la luz natural, de su privacidad y del silencio, “que solo se interrumpe por el repique de las campanas de la iglesia de Santa Eulàlia”. ¿Su rincón favorito de la casa de campo? El salón principal, con vistas a un patio amurallado lleno de luz y plantas. “Siento que es una habitación preciosa donde esconderse durante todo un fin de semana. Es íntimo, silencioso e invita a la contemplación”. Parece que no es la única que lo piensa.